Trabajo, luego existo
Marx dilucidó con claridad esa tragedia de la sociedad: la trampa de tener que ganarse la vida e intentar vivirla en los tiempos ociosos con la renta adquirida. Si bien el trabajo nos genera satisfacciones y nos otorga la sensación de funcionalidad, no romantizar su naturaleza nos hace conscientes de la cuota de vida que los trabajadores pagamos para sostener nuestra supervivencia material.
MIRADAS
Andrea Almeida Guerrero
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Trabajo, luego existo
Nadie ha tenido una comprensión tan clara con respecto al trabajo como Marx. Hace años, cuando estudiaba en la facultad de sociología y leía El Capital con vehemencia, aprendí de memoria, casi por intuición, una frase que martilla mi cerebro cada vez que la pienso: el trabajo es el tiempo socialmente necesario para producir una mercancía.
Como bien alertó Marx, el valor de las mercancías equivale a la media de trabajo humano que se invierte en su producción. Dicho de otro modo, el tiempo en el que nos rentamos para producir objetos, bienes, herramientas, conocimientos, etc. Por lo tanto, no hay nada más valioso que el tiempo. Las horas, los días, los años que vemos pasar, mientras producimos mercancías, mientras nos re-producimos como tales.
Marx dilucidó con claridad esa tragedia de la sociedad: la trampa de tener que ganarse la vida e intentar vivirla en los tiempos ociosos con la renta adquirida. Y no solo eso, al intercambiarnos por dinero, en el ejercicio de producir para otros, quedamos desposeídos de la fuerza humana vital, lo que se conoce como alienación.
El trabajo es el lugar en el que más tiempo de nuestras vidas invertimos y en donde más nos desgastamos. Si bien el trabajo nos genera satisfacciones y nos otorga la sensación de funcionalidad, no romantizar su naturaleza nos hace conscientes de la cuota de vida que los trabajadores pagamos para sostener nuestra supervivencia material, y con ella la de la totalidad del sistema económico-productivo. Somos parte del engranaje, piezas sustituibles de la máquina productiva que corre porque nosotros contribuimos con su rotación, gira porque todos la sostenemos.
Como muchos otros trabajadores, espero no estar demente cuando quiero llegar a casa urgentemente para no desdoblarme, deseando ser de nuevo yo, de nuevo improductiva, de nuevo más humana. Al parecer, la propuesta de un modo de producción más justo, quizás no era del todo descabellada. Podemos producir menos y descansar más, el indispensable ocio para crear, respirar y vivir. Ese espacio ilusorio donde no tenemos que desdoblarnos todos los días para ser unos asalariados más, desposeídos de lo único valioso: el tiempo.
Andrea Almeida Guerrero. Socióloga, le encanta leer a Natalia Ginzburg y escuchar The Strokes, es docente universitaria.
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