Todos queremos ser estoicos

Si hay una corriente filosófica que ha sabido infiltrarse en este implacable presente tecnológico, es el estoicismo. Usted ya lo habrá advertido: cada vez más libros sobre cómo llevar una vida estoica, amigos compartiendo frases de Séneca por Instagram, la exaltación de Marco Aurelio en la reciente secuela de Gladiador…

MIRADAS

Gabriel Espinoza

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Todos queremos ser estoicos

Si hay una corriente filosófica que, dotada de una persistencia casi conmovedora, y desafiando la barrera de los siglos, ha sabido infiltrarse en este implacable presente tecnológico, es el estoicismo. “Fortaleza o dominio sobre la propia sensibilidad”, es la definición de la RAE. Usted ya lo habrá advertido: cada vez más libros sobre cómo llevar una vida estoica, amigos compartiendo frases de Séneca por Instagram, la exaltación de Marco Aurelio en la reciente secuela de Gladiador, creadores de contenido avocados a la transformación del carácter… Por alguna razón está más vigente que nunca.

Esencialmente, el estoicismo se inaugura con las enseñanzas que el filósofo Zenón de Citio imparte en un lugar del ágora de Atenas llamado Estoa Pecile (he ahí el nombre), allá por el siglo III a.C. Como Zenón había tomado a manos llenas de la escuela cínica que, para no decir más, tuvo como paladín a un filósofo de tal austeridad que vivía en una vasija de barro –una suerte de Chavo del 8 helenístico– conservó de esta la idea de que la plenitud se alcanza mediante el distanciamiento del mundo material y de las circunstancias externas, y de que yace en cada persona lo necesario para lograrlo; sin embargo, Zenón descafeinó los extremismos cínicos, e hizo de las virtudes de la razón el objetivo de su doctrina, haciéndola más atractiva para el hombre común que quería ser valiente e imperturbable, pero no un mendigo descalzo.

¿Espontánea floración del saber o artilugio editorial? ¿Producto de la angustia psicológica o de la ingeniería social? Siendo la nuestra una época gloriosa de –como diría Foucault– sujetos sujetados, no me culpe por la duda. El imperio comunicacional es un monstruo de cien mil cabezas como no se vio nunca; hace lo que quiere con nosotros. Si es capaz de determinar la serie que veremos esta noche, nuestro cantante favorito, las noticias que compartimos con otros, o sea nuestros intereses y hábitos, imagínese si no podrá lanzarnos a nadar en las aguas del estoicismo, con fines obviamente comerciales. Existe, sin embargo, otra explicación: la idea de que la historia, pese a ser un caos, tiene un leve carácter cíclico, responsable de que ciertas cosas se repitan cada cierto tiempo. En rigor, el mismo estoicismo ha generado varias olas desde su surgimiento y, de hecho, sus superestrellas actuales no son Zenón y los griegos, sino los romanos que vinieron después, con el emperador Marco Aurelio a la cabeza.

Que levante la mano quien no quiera ser estoico. La palabra guarda, bajo sí, ideales de la condición humana que unánimemente aceptaríamos. No imagino a alguien diciendo “Es que no hay cosa más sexy que un carácter blando”, “¿Qué es eso del autodominio?, ¡dejen que el destino haga conmigo lo que quiera!” Además, sus principios parecen encajar lo más de bien con la época actual, sobre todo porque no rivalizan con la búsqueda de los bienes materiales ni del placer, de modo que pueden practicarse sin demasiado riesgo, sin el miedo de sentirse fuera del sistema.

Confieso que, en materia formal, apenas he leído Sobre la brevedad de la vida de Séneca y las Meditaciones de Marco Aurelio. A partir de esos textos concluyo que se trata de filosofía en emergencia, ese tipo de conocimiento noble al que llegas por necesidad, golpeado, quizás tambaleante; cuando, antes que salir a perseguir los grandes misterios de allá afuera, sientes que hay que poner la casa en orden. ¿Quién no se ha sentido un poco así, a causa de este tiempo frenético y cada vez menos humano? Me obligo a concluir que el estoicismo ha resurgido no a pesar de la modernidad, sino a causa de ella.

Gabriel Espinoza Rodríguez (Santa Elena, Ecuador, 1989.). Músico, escritor y psicólogo clínico. Ha escrito y estrenado obras de teatro, principalmente con su agrupación Jocularis Teatro Musical. Es autor del libro Desde el camino izquierdo (2012) y del libro de cuentos Macabro (2023).