El Oso Lector, gerente y propietario

Una crónica sobre la librería El Oso Lector

MIRADAS

Andrea Almeida

6/1/20255 min read

El oso lector es un personaje que lee, canta, baila y pronuncia palabras en las manos de dos niñas que juegan y fantasean que el oso vive, tiene voluntad, camina por toda la casa y hace travesuras como cualquier juguete normal acompañado de una niña, o a la inversa, como cualquier niño poniendo en movimiento la maquinaria de su imaginación para hacer que sus muñecos cobren vida.

El oso lector es ese pequeño ser de felpa que pobló la infancia de muchos de nosotros, se llamó Lily, Body, Dylan, Leo o Dalma; todos ellos fueron mis osos lectores. Pero para Carolina Bastidas, El oso lector cobra vida cada mañana en su librería, que en cierto modo es un homenaje a su infancia, a la intimidad del juego con su hermana menor y a las infancias que habitamos una vez, pero que todavía nos habitan siendo adultos al abrir las páginas de un libro y al recordar con algo de nostalgia los cuentos o las nanas de un arrullo lejano.

Ese es el espíritu de la librería de Carolina, una iniciativa que empezó hace once años y que se sostiene gracias a su entrega, algo de irreverencia para apostar por un género del que había mucho que aprender una década atrás, y debido a su convicción en la reivindicación de la literatura infantil, que ha sido su misión.


Cuando Carolina me habla de su trayectoria mientras conversamos en unas sillas semejantes a las de los osos de Ricitos de oro, descubro en sus ojos toda la pasión que siente por el libro y la literatura infantil, por eso cada rincón de su librería es tan cuidado, cálido y acogedor. Carolina es comunicadora, docente, mediadora y un largo etcétera que me tomará algunos párrafos contar. Empezó su oficio de librera en una librería anticuario que actualmente ya no existe, luego se formó en Libri Mundi, cuando la librería de la Juan León Mera fue la escuela de muchos que ahora ejercen este oficio, como ella.

Ahí, en esa casona de la Mariscal, Carolina fue “injustamente desterrada” al segundo piso, el reino de la literatura infantil, la gastronomía, el esoterismo, los bestsellers y otras perlas que Carolina veía con desconfianza. “Armé un berrinche”, me dice, “porque yo tenía estudios formales en literatura y sentía que la literatura infantil no me hacía justicia”, pero al final, fue la literatura infantil la que la eligió, sin saberlo, como su portavoz oficial.


Carolina se tomó el segundo piso “literal y metafóricamente”, me confiesa, ordenó el lugar hasta sentirse cómoda e indagó para comprender ¿qué mismo era eso de la literatura infantil?, encontró a Peter Pan en su versión original y halló en sus páginas el prodigio de una obra maestra, lo enlazó con sus días de infancia, de los que tiene recuerdos muy nítidos y supo que ese era el mar en el que quería navegar desde ese día.

Hay algo que la conecta con su infancia, posiblemente como muchos ya no lo estamos. Hablamos de La historia del fantasmita de las gafas verdes y ahora soy yo la que siente que el corazón le late fuerte por una añoranza de la niñez: “Adiós guaguito de Angamarca” es la frase cargada de melancolía que yo guardo de ese libro, le digo. Carolina, en cambio, me recuerda que la primera palabra que aprendió el fantasmita fue “pan”, a él le encantaban las palabras y le gustaba aprender sobre la vida de las personas porque él era un fantasma.

Carolina también era fan de las películas de Disney, entre ellas la Sirenita, y la Sirenita es un personaje al que le interesa el mundo de la superficie, saber lo que pasa con las personas. “La Sirenita y el Fantasmita de las gafas verdes estaban fascinados por el mundo de lo humano porque los dos venían de otros mundos y para mí el mundo de lo humano esencialmente es la palabra, nombrar artefactos, nombrar cosas, los rituales de lo humano, las palabras que se dicen, me di cuenta que les encantaban las palabras y entonces me dí cuenta que a mí me fascinaban las palabras, y pensé siendo una niña, quiero dedicarme a la palabra, no sé lo que es eso, pero quiero dedicarme a la palabra” (Carolina Bastidas, 2025).


Esa es su historia y su deseo, años atrás participaba en ferias y quería mantener un espacio itinerante con libros álbum, libros objeto, pero la demanda de lugares para que la infancia pueda existir la llevó a crear una librería infantil. En medio de esto, se atraviesan temas como la reivindicación de la literatura infantil, como una literatura que es suspicaz, que no debe pecar de ingenua o simplona, sino mostrar la complejidad de la vida humana a sus lectores; en la literatura infantil pasa algo particular, y es que “se conoce al lector ideal” y eso conduce a generar muchas “recetas” sobre qué es lo que puede consumir y entender un niño, nociones que se conciben desde lo adulto, un adulto escribe para un niño desde la lejanía de una infancia perdida, donde veinte, treinta, cuarenta o más años lo separan de ese momento, es un desafío encontrar la voz y la historia que llegue con sabiduría durante esas primeras inmersiones lectoras y que sepa tocar como lo hicieron con nosotras historias como la de El fantasmita de las gafas verdes.

Sigue nuestra plática y arribamos al tema que ahora está en emergencia: la mediación lectora, “un librero siempre es un mediador, mucho más un librero especializado en literatura infantil, porque es un puente que se tiende hacia los adultos, que son quienes compran, y luego a los niños que son, si se quiere, los consumidores finales. Hay una gran responsabilidad en sostener una librería porque por un lado es un negocio, pero es a la vez un espacio cultural y en este caso una responsabilidad con la infancia” (Carolina Bastidas, 2025). Carolina sostiene que la mediación es un término que aún se está debatiendo, hay muchas definiciones que apuntan a distintos lugares, pero si hay algo que ella disfruta y promueve es la lectura en voz alta, porque considera que en ella es la palabra la protagonista, la sonoridad y la exposición directa al texto.


Ya casi cae la noche y no quiero mostrarme apocalíptica pero le pregunto por la irrupción de la tecnología y su competencia con el presunto hábito lector, y coincidimos totalmente cuando afirma: “el celular o las redes han desplazado no solamente a la lectura, sino a toda otra forma de entretenimiento, goce, ocio y encuentro con el otro en general. En un mundo en el que lo que menos se valora es la quietud, la lectura es una actividad desafiante, es suave, es lenta, te da espacio. Nos repele el aburrimiento, la lentitud, la pasividad, el acto de detenerse. La lectura requiere habilidades que estamos perdiendo: la soledad y el silencio, y a nivel social esas dos cosas están muy mal vistas” (Carolina Bastidas, 2025). ¿Qué podemos esperar? Hacemos una larga elipsis para comentar cómo esto se expresa en las aulas y ambas suspiramos.

Después de escuchar todo esto, entiendo el porqué de la librería El oso lector, el permiso y la necesidad de que la niñez exista en un lugar donde no hay sobre estímulos, solo libros. Quizás algunos de nosotros somos lectores, defensores de las palabras, escritores, editores, libreros y otras especies en peligro de extinción y anhelamos que la comunidad lectora se extienda y que la literatura toque con su fantasía todo lo que sea árido, desierto o amargo, algo a lo que a veces se asemeja el mundo de lo adulto. Y por eso ¡Felices lecturas, niños, niñas y devoradores de páginas de ficción y fantasía!

Andrea Almeida Guerrero. Socióloga, le encanta leer a Natalia Ginzburg y escuchar The Strokes, es docente universitaria.