Cuando Brian Wilson dejó los Beach Boys

Frente a una obra variada como la de los Beatles o una fuerza persistente como los Rolling Stones, la música de los Beach Boys ha estado contenida bajo membretes incompletos, insuficientes. Aunque parece que gustaba mucho, los primeros videos muestran a Mike Love bailando ridículamente y el mismo Brian empezó a sentir el tedio de ese mundo pop y desde mediados de los años sesenta renunció a las giras para dedicarse solo a componer.

MIRADAS

Bolívar Lucio

8/1/20259 min read

Cuando Brian Wilson dejó los Beach Boys

 I

Llegué a la música de Brian Wilson al final de la adolescencia. En 1995 vivía en Arcata, una ciudad al norte de California y había comprado 20 Good Vibrations, un disco de sus mejores éxitos. A esa edad, mi primer gusto atrapaba lo que era fresco, simple, contagioso, popular. No pensaba en las armonías, las voces fusionadas creando una elaborada trama de sonido gracias a las secuencias de acordes y las variaciones tonales. Mis coetáneos no compartían ese gusto y esa música comenzó a ser un momento particular de mis recuerdos californianos. En el norte, los surfistas usaban trajes enteros de neopreno para meterse a las aguas heladas de las playas de Moonstone o Trinidad, una amiga que estudió en el sur, en la universidad en San Diego, surfeaba en rash guard y bikini; pero la subcultura surf estaba ahí, había un espíritu del mar, conocían los horarios de las mareas y conversaban sobre las tablas esperando la siguiente ola.

Frente a una obra variada como la de los Beatles o una fuerza persistente como los Rolling Stones, la música de los Beach Boys ha estado contenida bajo membretes incompletos, insuficientes. Aunque parece que gustaba mucho, los primeros videos muestran a Mike Love bailando ridículamente y el mismo Brian empezó a sentir el tedio de ese mundo pop y desde mediados de los años sesenta renunció a las giras para dedicarse solo a componer. Aunque conocía la mayoría de las canciones, solo en 2015, compré Pet Sounds, el primer disco de los Beach Boys que podía llamarse álbum. Tiene un concepto porque había experimen- tado con ideas, instrumentos, recursos, es un edificio que materializa el plano de ideas que Brian Wilson tuvo en su cabeza. Mientras la banda se presentaba en vivo, él reclutó a los mejores músicos de Los Ángeles para dar con el sonido que buscaba en el estudio.

Leí comentarios de Paul McCartney y George Martin en los que mencionaban la influencia del disco en sus propias carreras. Este último aparece en un video de quince años conduciendo un convertible rojo sobre Sunset Boulevard y llegando a la casa de Brian. Es claro que representan sus papeles, al abrir la puerta el anfitrión hace una broma que se oye solo indistintamente y George Martin tiene la amabilidad de reírse. Brian habla por un costado de su boca (se dice debido a que era sordo del oído derecho de nacimiento o a un golpe en la infancia) tiene aún esa cara de niño y el peinado de boy-scout. Luego se sientan al piano y Martin con entusiasmo auténtico le dice debiste “tener un plano en la cabeza”, refiriéndose a la manera en que concibió la arquitectura de esas canciones. Wilson está tocando “God Only Knows” y contesta que tenía una idea en términos de arreglo (arrangement wise), pero no de sonido; es decir sabía qué instrumentos quería, pero no cómo, de hecho, esos instrumentos sonarían juntos, porque esa combinación no se había intentado antes nunca. En la siguiente toma están frente a una consola, a George le gusta la secuencia de la composición, cómo una veintena de músicos habían intercalado acordes poco comunes. Lo está disfrutando. Mueve las perillas para exponer las diversas capas de vientos, cuerdas, percusión, voces. “¿Sabes qué?”, interrumpe Brian, “Haz hecho una mejor mezcla que el original. ¡Esta es una mejor mezcla!”. Martin se ríe y, muy inglés, responde “Nunca”.

 II

Según la anécdota, Pet Sounds sería una respuesta al sexto álbum de los Beatles Rubber Soul, pero Wilson ya trabajaba en los arreglos de la canción tradicional que se incluiría en su disco “Sloop John B.” Sobre todo, haberse quedado en su casa ese 1965 le dio libertad creativa y espacio para experimentar con letras, melodías y arreglos. Los otros Beach Boys estaban de gira y él pudo utilizar las técnicas de grabación de Phil Spector, pero no para repetir historias de sol y surf, porque el espíritu era introspectivo, profundo y, también, conflictivo. Pet Sounds, a pesar de todo, no fue un éxito comercial; recibió buenas críticas en Inglaterra, pero en Estados Unidos pasó, más o menos desapercibido, entre otras cosas porque Columbia Records fue reticente a promocionarlo. Esperaban otro tema de fácil consumo y la compañía prefirió promocionar un disco de grandes éxitos. Bruce Johnston, que lo había reemplazado en las giras, llegó a Londres en mayo del 66 y presentó el disco a Lennon y McCartney que, esa noche lo escucharon muchas veces. Es la misma copia que oyó George Martin.

Brian Wilson no lo entendía. Había estado jugando en un paredón. A veces la pared era blanca, lisa, el rebote seco y directo. Otras la pared era negra, rugosa, profunda, dientes podridos y acerrados se tragan la pelota, el alma. Después de nueve meses de trabajo, en Pet Sounds habían confluido todo su conocimiento y experiencia y que las reacciones no hayan sido, unánimemente, favorables, menoscabó su confianza. Llegó a pensar que podía estar equivocado y que el disco, en realidad, no era tan bueno. Se sentía decepcionado, rechazado y astilladas sus expectativas. Supongamos que, como todo el resto, probó drogas para divertirse y mantenerse a flote. No creo que haya tomado una de más, porque sería como decir que fue un accidente, que estaba en un auto que perdió los frenos en la cornisa, cuando el precipicio era interior, se lo hicieron cuando era niño y él lo mantuvo a salvo hasta que la exposición pública barrió con todo.

Un año después, inspirados en las técnicas de Pet Sounds, los Beatles publicaron Sgt. Pepper’s. Brian volvió al estudio determinado, más ambicioso, pero menos anclado, más experimental, él mismo dislocado de su centro. Los Beach Boys habían comenzado las sesiones del proyecto Smile que eran caóticas, sin cohesión, no prosperaban. Algunas cintas se archivaron, a otras, el mismo Brian les prendió fuego. Comenzó la vida de un secluso, dejó de componer, al menos de grabar sistemáticamente. La banda, ya sin su creativo, salía de gira y preferían tocar sus hits. “Good Vibrations” fue uno de los últimos esfuerzos exitosos con Brian, pero luego de agotadores meses de grabación.

La vida de ermitaño tenía pocas pausas. Una de ellas combinó un sketch para un programa de televisión, una entrevista para Rolling Stone y una foto de Annie Leibovitz. Se sabía que solo Dennis Wilson (baterista y hermano del medio) surfeaba y el resto casi ni se metían al mar; pero el sketch consistía en que dos conocidos comediantes vestidos de policías venían a su casa para sacarlo de la cama y arrestarlo por haber infringido “la ley del uso de la playa con propósitos de surf”. Brian no se sacó la bata azul, holgada, usada que llevaba incluso debajo de las cobijas, pero llegó a la playa. Se había pensado en tomas de mar, pero la más expresiva lo muestra en la orilla; la cara extrañada, los ojos en otra parte, el pelo enmarañado y la barba de hippie viejo le daban la apariencia de profeta anacoreta y náufrago. La bata parece una túnica y la tabla de surf debajo del brazo podría llevar inscritos los diez mandamientos.

 III

Unos años después empleó a Eugene Landy psicólogo, médico, guía espiritual (ninguna de las tres o llano estafador) que pudo haberle salvado la vida, pero también la controló al extremo. Se hizo pagar millones, incluyó su nombre en los créditos, se hizo de regalías, decidía quién podía ver o hablar con Brian y vetó cualquier contacto con los otros miembros de la banda. Aparecían siempre juntos, Brian se volvió completamente dependiente. Dadas las circunstancias y de haber estado solo, con mucha probabilidad se habría metido con bata y todo al mar para siempre, pero Landy fue descarado, burló cualquier límite hasta que al fin perdió su empleo y su licencia médica por comportamiento antiético.

Quien se hundió en el mar fue Dennis Wilson. El hermano genio Brian y el tímido Carl (el menor) eran gringos gordinflones; él, un atleta de torso definido y bronceado. Es la voz principal en “Do you wanna dance?” y contribuyó unos temas al disco Sunflower. Aunque sin tantos demonios interiores, también llevaba a cuestas unos años desordenados; dilapidó su fortuna en pésima sincronización con el declive de su hermano mayor que significó que la banda perdiera su motor creativo y, al menos en esos años setenta, cualquier posibilidad de sobresalir. Sin que sea su culpa, siguió con su pésimo sentido de oportunidad y tal como en la película de Tarantino– se hizo amigo de unas jóvenes que jalaban dedo que, junto con otros, ocuparon su casa. Entre ellos se encontraba Charles Manson, no mucho tiempo antes de sus sonados crímenes. En 1983, vivía en su bote (perdió la casa donde hospedó a la familia Manson) y una noche dijo que quería recuperar las cosas que había tirado por la borda. Se tiró al rectángulo negro del muelle donde había anclado su barco en Marina del Rey.

Al final de esa década, los Beach Boys, sin Brian Wilson, alcanzaron su primer número uno desde 1966 con “Kokomo”, pop comercial, marca Mike Love. Fuera del plano de atención, Brian empezaba a andar un sendero plano y seguro al cuidado de su esposa, Melinda Ledbetter. Grababa ocasionalmente, daba giras. Carl Wilson, voz principal en “God Only Knows”, “Good Vibrations”, “Darlin” y “I Can Hear Music” murió de cáncer en 1998. Le había tomado la posta a su hermano, sostenía la banda y se veía mejor, más centrado, había perdido peso. Con Al Jardine que es la voz en “Help Me Rondha”, grabó una versión de “Sloop John D.”, la canción folclórica que él mismo propuso en 1965 y de la que hay un video que muestra cómo pudieron ser las sesiones de grabación hace sesenta años. Jardine no compartió el empeño de Love de ser el centro de la atención, él sabía que si no fuera por Brian Wilson habría sido dentista.

Para Brian siguieron los conciertos con otros músicos, aparecía reconciliado con la vida. Era funcional, aunque quizá estaba limitado físicamente, como si su mente no estuviera del todo ahí o hubiera envejecido o vuelto niño de repente; pero podía sonreír y no se veía inquieto o acosado. Las imposiciones de la fama, los abatimientos del tiempo, la supervivencia a la infancia violenta, eran el tipo de cosas de las que podía hablar como un veterano de guerra habla de cómo perdió las piernas, resignado, sin afectación, seguro de que la trascendencia vendría de otra parte, de que el mundo recordaría lo que hizo con su música.

 

IV

Vinieron otros eventos importantes como tocar con Paul McCartney, grabó una versión de “Wanderlust” en The Art of McCartney. La existencia calma y feliz había llegado a fin, pero él se había desplazado y quizá ya no podía disfrutar con la misma plenitud. Su padre y ogro filantrópico, Murray Wilson, había vendido por maní los derechos de sus canciones. Vinieron demandas, contrademandas y compensaciones extrajudiciales en las que terció también Mike Love que quería una parte del pastel; no sin justicia porque si bien el genio era Brian, Love juntó esas frases simples, rimadas, pegajosas que son las que se recuerdan hasta ahora.

En el reciente video de una entrevista de 2011, el fotógrafo Harry Borden cuenta de cuando lo retrató en el Hotel May Fair de Londres. “You could feel the cost of everything he’d been through. In the way he held himself.” Dice que sus ojos no eran llorosos ni melodramáticos, sino profundamente distantes, que su creatividad no podía venir de un lugar de balance, si no de los bordes. Según su esposa Melinda, él estaba afectado de demencia. El mundo que había explotado empezaba a implosionar, volvió a reducirse a la habitación que cuando joven no quería abandonar porque le dejaba ser.

A principios de 2024 murió Melinda y la habitación debe haber parecido un pozo, con luz y colores, pero opresiva e inescapable. Es probable que entre cuatro paredes haya sido más difícil mantener la felicidad o distinguirla. El superlativo andamiaje de sus canciones sugiere que había cambiado todo por el mundo con ellas. A lo mejor le habría gustado una vida que no fuera sostenerse, superar escollos, profundos y destructivos, tan familiares que, no se veían como mal, si no como el tipo de día que le había tocado en suerte. La verdad es que gente más golpeada ha resultado menos vulnerable, lo que querría decir que él mismo puso al ángel exterminador en su camino y que, de otra forma, esta historia no existiría.

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Bolívar Lucio, sociólogo y politólogo, editor, traductor, productor de contenidos y escritor freelance. En Londres fue seleccionado como tallerista del proyecto Invisible Presence, que reunió escritores latinos residentes en Reino Unido y que participaron en sesiones de interculturalidad, creación, traducción, narrativa y poesía. Ganador del premio nacional de cuento, del Ministerio de Cultura de Ecuador, por su libro Salir de la Isla